domingo, 29 de noviembre de 2015

La erupción de 1877 también empezó con ceniza; la gente se acostumbró y se descuidó

Latacunga (Cotopaxi). Entre el 25 y el 26 de junio de 1877, hace 138 años, las regiones aledañas al volcán Cotopaxi empezaron a vivir la última erupción fuerte del nevado, que duró hasta 1880.
En aquella ocasión, seis meses antes del 25 de junio, ya se registraron muestras claras de lo que luego provocaría la erupción. En abril se observó un inicio de explosión con incandescencia en el cráter y un poco de ceniza, recuerda una crónica de Diario El Universo.

Pero, la explosión más importante se produjo el 25 después del mediodía. En la tarde, grandes columnas de ceniza se hicieron visibles y al día siguiente los pobladores evacuaron las zonas de peligro en medio de una columna de ceniza de 8 kilómetros de altura.

Los sitios afectados fueron Latacunga, el Valle de los Chillos y las regiones occidental y noroccidental del volcán. Horas después, la ceniza llegó a Quito y ensombreció la tarde; mientras que entre el 27 y 28 de junio la ceniza alcanzó a Manta y a Guayaquil.

Desde principios de 1877, el Cotopaxi había empezado nuevamente a presentar emisiones de ceniza y explosiones de tamaño pequeño a moderado.

Para junio del mismo año, la actividad se había incrementado notablemente, tanto así que el día 26 se produjo una fase eruptiva de magnitud suficiente para formar flujos piroclásticos.

Las descripciones de los hechos ocurridos en ese día, realizadas por Luis Sodiro (1877) y Teodoro Wolf (1878), hablan de “derrames de lavas” que se desbordaron desde el cráter del Cotopaxi.
Sin embargo, el fenómeno que ambos autores describen no corresponde a una “colada de lava”, sino más bien a “flujos piroclásticos”.

Este tipo de confusión de términos es común en las descripciones antiguas, pero toda duda se despeja cuando existen descripciones detalladas de los fenómenos ocurridos y de sus depósitos, lo que es el caso en las reseñas de Sodiro y Wolf.

Textualmente Wolf indicó que “la lava no se derramaba en una o algunas corrientes, sino igualmente en todo el perímetro del cráter, sobre el borde más bajo, así como sobre la cúspide más alta”.
Wolf explica también que las lavas” fueron derramadas en un intervalo de tiempo de entre 15-30 minutos, y enfatiza que el fenómeno tuvo lugar de forma violenta, con una gran ebullición de las masas ígneas desde el cráter que rápidamente cubrieron todo el cono del Cotopaxi.

Estas descripciones no dejan duda alguna de que los fenómenos ocurridos fueron flujos piroclásticos.
Sin embargo, para ambos autores, los fenómenos más remarcables de los sucedidos el 26 de junio de 1877 fueron los lahares (flujos de lodo y escombros) que ocurrieron en los ríos Pita, Cutuchi y Tamboyacu, sobre todo por la gran destrucción que provocaron a todo lo largo de los tres drenajes.
Ya en aquella época, ambos autores concluyeron que el origen de los lahares fue el súbito y extenso derretimiento que sufrió parte del glaciar del Cotopaxi al tomar contacto con los “derrames de lava” (flujos piroclásticos).

Lo que vale resaltar es que, en la mayoría de los casos, los lahares fueron tan caudalosos que rebosaron fácilmente los cauces naturales de los ríos, provocando extensas inundaciones de lodo y destrucción en las zonas aledañas.

Según Wolf, los lahares tuvieron velocidades tales que se tardaron algo más de media hora en llegar a Latacunga, poco menos de 1 hora en llegar el Valle de los Chillos, cerca de tres horas en llegar a la zona de Baños (Tungurahua) y cerca de 18 horas en llegar a la desembocadura del río Esmeraldas en el océano Pacífico.

Asombrado, Sodiro escribió que los lahares fluían con gran ímpetu “sin que nada pudiese […] oponer algún dique a su curso destructor, ni siquiera presentarle la más mínima resistencia”.
Finalmente, como en todas sus erupciones, el Cotopaxi también se produjo una importante lluvia de ceniza el 26 de junio de 1877.

Este fenómeno ocurrió principalmente en las zonas que se encuentran al occidente y nor-occidente del volcán, debido a la dirección predominante de los vientos.
Una de las poblaciones más afectadas por la lluvia de ceniza ese día fue Machachi, donde se depositó una capa de casi 2 cm de espesor.

En Quito la acumulación llegó a los 6 mm, siendo menor en Latacunga y ausente al sur de Ambato (Sodiro, 1877).
Más hacia el occidente, en las estribaciones de la Cordillera Occidental y en la Costa ecuatoriana, la caída de ceniza parece haber sido muy extensa y haber durado por varios días.

Sodiro indica que conoció reportes de lluvias de ceniza ocurridas en las provincias de Manabí y Esmeraldas, mientras Wolf afirma que “en Guayaquil la lluvia de ceniza empezó el 26 de junio en el mañana y duró con breves interrupciones hasta el 1ero. de julio”.
En todo caso, las acumulaciones de ceniza seguramente no superaron unos pocos milímetros de espesor sobre la zona costera del Ecuador.

Sin embargo, vale recordar aquí que durante las erupciones del Guagua Pichincha en 1 999 y del Reventador en 2 002, las acumulaciones de ceniza en Quito no superaron los 3-4 mm de espesor, pero en ambos casos fueron suficientes para paralizar completamente la ciudad por varios días, provocando enormes pérdidas económicas.

Lo mismo puede ser previsto para las zonas costeras del Ecuador en caso de ocurrir una gran erupción del Cotopaxi en el futuro.

La erupción del 26 de junio de 1877 puede ser considerada como la “erupción típica” del Cotopaxi en cuanto tiene que ver con los fenómenos volcánicos ocurridos.
Sin embargo, los estudios geológicos y volcanológicos del Cotopaxi indican claramente que este volcán es capaz de dar lugar a eventos de mucho mayor tamaño.
Efectivamente, por ejemplo, en lugares como el Valle de los Chillos o Salcedo se puede apreciar que los lahares asociados a las erupciones de 1742 ó 1768 fueron de tamaño mayor a los de 1877.
Asimismo, en los cortes de la carretera Panamericana, en el tramo entre El Boliche y Lasso, se puede observar que las caídas de ceniza y pómez de muchas erupciones pasadas tienen espesores muy superiores al de la caída de ceniza de 1877.

El propio Sodiro ya se había dado cuenta de esto y escribió en su relato de 1877: “Qué diferencia entre ésta y las grandes erupciones antiguas, algunas de las cuales han producido uno, dos y aún más metros de espesor [de caída de piroclastos]! De la presente no ha de quedar ningún indicio en la estratificación terrestre”.

Esta afirmación de Sodiro resultó certera solo en cuanto a la caída de ceniza, cuyo rastro es difícil de encontrar actualmente en lugares situados a más de 10 Km. del cráter; pero no lo es en cuanto a los depósitos de los lahares de 1877, los cuales pueden ser observados con cierta facilidad en diversos puntos a todo lo largo de los ríos Pita, Cutuchi y Tamboyacu.

Luego de esta erupción, el Cotopaxi continuó con actividad moderada a leve por varios años.
Los reportes escritos hablan principalmente de explosiones esporádicas y emisiones que provocaron algunas caídas leves de ceniza en diversos sectores del flanco occidental.
Incluso, en un texto de mayo de 1914, se escribe que el Cotopaxi estaba “como de costumbre, con una columna de humo sobre el cráter”.

El último reporte de actividad en el volcán corresponde a una posible explosión de pequeño tamaño ocurrida en febrero de 1942 (Egred, en prep.), si bien esta fecha no ha podido ser confirmada con toda certeza.
Texto tomado: “Los peligros volcánicos asociados con el Cotopaxi”
La erupción y flujo de lodo de 1877 (Descripción textual de los cronistas)
El 26 de junio de 1877 ocurrió la erupción histórica más importante y mejor conocida, de las que ha presentado el volcán. Si se toma en cuenta que una erupción de características similares es la que se puede esperar, como máximo, para una próxima reactivación, es interesante analizar, a la luz de la información histórica, la forma como se desarrolló el evento y los escenarios comprometidos.
Desde el inicio de aquel año se manifestaron varias señales precursoras, como la aparición de una densa columna de humo y explosiones profundas que causaron gran sobresalto. El 21 de abril, entre las 7 de la mañana y 10 de la noche, ocurrió el primer episodio eruptivo que no causó daños, en vista que sus efectos estuvieron solamente restringidos a la periferia inmediata del cono. La actividad explosiva continuó intermitentemente hasta el 25 de junio, cuando después de una fuerte explosión, se levantó del cráter una columna de humo negro y cenizas que se expandió por la atmósfera. Al día siguiente, a las 6:30 de la mañana, se reinició una fuerte actividad explosiva con la formación de una columna de cenizas.

A partir de las 10 de la mañana del mismo día, el volcán entró en la fase paroxismal de la erupción; "...la lava ígnea del cráter del volcán entró en efervescencia y ebullición lanzándose con una rapidez extraordinaria sobre los flancos del cono". Los habitantes de la zona describieron la actividad en la siguiente forma, recogida por T. Wolf, (1878):

".. una masa negra (la lava) brotaba humeante y con gran turbulencia simultáneamente sobre todo el rededor del cráter como la espuma que, de una olla de arroz colocada sobre el fuego, comienza de un improviso a hervir y rebosar...".

Esta descripción, tremendamente gráfica, corresponde a la formación de flujos piroclásticos densos, que vierten por los bordes del cráter, sin que exista un colapso de columna, a los que se les denomina "boiling over". En la actualidad, la literatura vulcanológica mundial los ha tomado como un ejemplo clásico de este tipo particular de actividad volcánica (Cass y Wright, 1987).

Sodiro (1877) y Wolf (1878) realizaron una prolija descripción del evento en sí, al igual que de los daños causados. Por la cuenca sur, el flujo llegó a Latacunga en menos de una hora y, por la cuenca norte, en el mismo tiempo, a Alangasí, Guangopolo y Conocoto, que quedaron cubiertos por arena y piedras.

".. Eran inmensos raudales de agua con enormes masas de hielo, lodo, piedras y peñascos que con ímpetu inconcebible se precipitaban del cerro. A poco rato brotaban ya de las grandes quebradas del austro-occidental arrancando árboles, destruyendo casas y arrebatando consigo ganados, personas y cuanto encontraban en su curso..." (Sodiro,1877).

Al describir el movimiento de los flujos de lodo, Wolf (1878) indica que: ".(…) las aguas duplicaron su volumen y fuerza por las sustancias sólidas que recibieron cuales son peñascos y trozos de hielo, pedazos de lava nueva, piedra pómez, escorias menores, etc. (…).".

" (…) Al lado derecho del río Cutuchi, pocos minutos al norte del puente de Latacunga, se halló el establecimiento y obraje del señor Villagómez, uno de los mejores que había en el país y provisto de una maquinaria magnífica; de todo ello no quedó vestigio y se calcula el daño de esta propiedad en 300.000 pesos. Solo en la parroquia de Mulaló fueron devastadas ocho haciendas grandes y hermosas tan completamente, que de algunas apenas se reconocen los sitios en donde estuvieron, muchas otras han sufrido perjuicios tan graves, sobretodo por la destrucción de las acequias, que han perdido la mitad de su valor. La hermosa carretera fue destruida en gran parte desde Callo hasta Latacunga y aún algunas leguas más debajo de la ciudad; todos los puentes han desaparecido".

"La circunstancia de que la terrible catástrofe sucedió de día y antes que ocurriera la oscuridad total, fue de provecho a muchas personas, pues pudieron salvarse y refugiarse en las alturas circunvecinas, sin embargo a muchas otras cedió en desgracia, porque precisamente en aquella hora la carretera y el camino viejo de Latacunga a Callo estaban llenos de traficantes, sobretodo de arrieros con sus recuas" (…). Esta descripción ilustra la actitud natural de una comunidad que, al cabo de varios meses de haber contemplado las manifestaciones visibles del desarrollo de la crisis volcánica, sin que se produzca el desenlace, pierde completamente la percepción del peligro, lo ignora, y concentra su atención en el trabajo cotidiano.

Los daños entre el Cotopaxi y Latacunga fueron descritos por Sodiro (1878), en la siguiente forma: (…) "Todo este trecho cuya extensión se puede valuar en casi cinco leguas de longitud y una de ancho, se halla reducido a una vasta pampa llena de cubierta de barro, de cascajo y de piedras. Los caseríos que se hallaban diseminados en esta grande planicie, en gran parte destruidos; mucho número de personas y casi todo el numeroso ganado, arrebatado por la corriente; las sementeras, parte recientes y parte ya en estado de ser cosechadas, han sido todas ó arrasadas ó sepultadas" (…).

Al referirse, en particular, a la cuenca norte, la descripción continúa como sigue:
"...Verdad es que por las quebradas del lado norte y noreste bajaron cantidades de agua, lodo y piedras tan considerables y aún más grandes que por las de lado de Latacunga, pero la mayor parte de los materiales y los más gruesos se depositaron en la altura de los páramos, en las llanuras de Limpiopungo, de Saltopamba y del Mutadero...".

"... El Río Pita corre desde su reunión con el río Pedregal encajonado en una quebrada profunda hacia el Valle del Chillo. Pero al entrar en las llanuras espaciosas se dividió en algunos brazos y devastó horriblemente ese ameno valle, que bien podría llamársele el vergel de Quito...".

"...Después de haber bajado del volcán y recorrido la grande planicie que media entre éste y el punto llamado Llavepungo, la avenida se hallaba encajonada en el profundo cauce del Río Pita, entre los dos cerros Pasochoa y Sincholagua, y habría debido seguir en el, en cuyo caso los daños habrían sido mucho menores; pero llegando al sitio llamado La Caldera, a donde el cauce forma un recodo, por el ímpetu con que venía, una gran parte de ella saltó la orilla izquierda, que en aquel punto es bastante baja tomando la dirección de Pillocoto y Sangolquí, encanalada en el río Cunungyacu (o de San Rafael) ...". (Sodiro, 1877).

Refiriéndose a los daños en el Valle de Los Chillos, Wolf dice que: "...El daño principal que hizo por este lado consiste sin duda en la completa destrucción de dos máquinas para hilados y tejidos pertenecientes a los señores Aguirre y situadas en su hacienda Chillo. Los perjuicios de los propietarios se calculan en 200.000 pesos.

Los valles de Tumbaco y de Guayllabamba participaron de las devastaciones del de Chillo. A las 4 de la mañana siguiente, es decir, 18 horas después del principio de la catástrofe, llegó la avenida en forma de una creciente del río Esmeraldas al Océano Pacífico. El nivel del anchuroso río se levantó en algunos pies y los cadáveres, pedazos de casas, muebles de toda clase, palos, árboles etc. que flotaban en el agua turbia, anunciaron a los habitantes del Litoral la desgracia que había sucedido a sus hermanos del interior...".

El impacto que causó el flujo de lodo sobre el Valle de Los Chillos fue tan intenso que, aparte de los graves estragos económicos derivados de la destrucción de los molinos, sembríos, puentes, caminos, acequias, etc., apareció un problemas inédito, atribuible a la intensa modificación de la red de drenaje; una epidemia de paludismo que afectó a los habitantes de Alangasí, a partir de septiembre de 1877. En abril de 1878 se continuaban presentando "...estragos de una mortandad, más de 100 enfermos que sufren fiebre y fríos."(Archivo Nacional, Gobernación de Pichincha 1877- 1878).

En la vertiente oriental, cuenca del Río Napo, también se produjeron estragos, que los refiere el Gobernador de la Provincia de Oriente, en un Informe fechado el 20 de julio de 1877:
"... El dia martes 26 de Junio a la una de la tarde, poco mas o menos, se oyó un bramido de volcán; media hora después un ruido como de carruaje, y hora y media después se presentó la creciente, la que era puro lodo, y vino asolando cuanto encontró.

Como desde el momento en que se oyó el ruido con que bajaba, oscureció la atmósfera, no se pudo distinguir lo que llevaba sobre las palizadas.

Finalmente dejó de crecer a las cinco de la tarde, y se aclaró como media hora, y después volvió a oscurecer de manera aterrante, resultando una lluvia de tierra, que duró hasta el amanecer del día siguiente.

Texto tomado: “Los peligros volcánicos asociados con el Cotopaxi”

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